La idea era conocer un poco la ciudad, tratar de entenderla, y por sobre todo, tratar de adaptar mi oído, habituado al hablar pausado, para que pueda captar algo del habla madrileña, que sale disparada a una velocidad increíble. Tanto es así que tardé unos días en poder empezar a desmembrar ese sonido incomprensible obteniendo palabras independientes.
Pero hubo otra cosa a la que hube de adaptarme: el increíble nivel de ruido.
Un tráfico muy intenso, cuadrillas trabajando a cada paso por la calle, obras en construcción por doquier y algo que me costó un tiempo entender:
Al principio, al ir caminando por cualquier calle y acercarme a uno de los incontables bares de Madrid, escuchaba un griterío increíble, de inmediato apuraba el paso para ver la pelea, me imaginaba que estarían volando sillas y mesas.
Pero no, simplemente ... estaban "conversando amigablemente". Eso sí, todo el grupo (a lo mejor 5 ó 6 personas) hablando al mismo tiempo y a voz en cuello, y habitualmente eran varios grupos en el mismo bar. Todo el mundo grita.
En el tren y el bondi es casi imposible leer algo por las conversaciones a viva voz, sumadas a las conversaciones por móvil (yo creo que intentan hacerse oir por su interlocutor obviando la vía electrónica, sino simplemente a los gritos).
Yo llegaba acostumbrado a que cuando uno conversa en un sitio público lo hace en voz baja, para que nadie escuche lo que dices, y aquí me encontré con todo lo contrario. Y para colmo, hay que acostumbrarse a hacer lo mismo, de lo contrario nadie te oye.
Al empezar a trabajar la cosa empeoró. ¿alguien intentó concentrarse y pensar en lo que está haciendo con diez personar hablando a los gritos en apenas dos metros a la redonda?, ¿y hablar por teléfono en esas mismas condiciones?
Puedo asegurarles que es muy, pero muy difícil.
Con el tiempo uno se acostumbra al ruido, pero lo de concentrarse ... sigue siendo realmente difícil.
Otra costumbre muy difundida es llegar a un despacho para decirle o preguntarle algo a una persona, y comenzar a hacerlo apenas se traspone la puerta. No importa si está hablando por teléfono, si está hablando con otra persona o si está con la máxima expresión de concentración mirando la pantalla del ordenador. La cuestión es decir lo que se necesita decir de inmediato, porque "las prisas" gobiernan todo.
Después de más de seis años uno aprende a "desconectar la oreja" y seguir con lo suyo, adivinando la expresión de sorpresa y luego desesperación del "interruptor profesional" al ver que lo hemos ignorado (y digo adivinando, porque una parte de la estrategia es ni siquiera mirarlo); luego de un rato lo miro y digo ¿me hablabas?.
El placer de la venganza es infinito.
Justamente, el pasado martes 17-02 leí una nota sobre el tema que me pareció excelente.
Salió en el periódico 20Minutos, Edición Madrid del 17-02-09 en la página 14, firmada por Paula Arenas, y se las transcribo (vale la pena):
Pero hubo otra cosa a la que hube de adaptarme: el increíble nivel de ruido.
Un tráfico muy intenso, cuadrillas trabajando a cada paso por la calle, obras en construcción por doquier y algo que me costó un tiempo entender:
Al principio, al ir caminando por cualquier calle y acercarme a uno de los incontables bares de Madrid, escuchaba un griterío increíble, de inmediato apuraba el paso para ver la pelea, me imaginaba que estarían volando sillas y mesas.
Pero no, simplemente ... estaban "conversando amigablemente". Eso sí, todo el grupo (a lo mejor 5 ó 6 personas) hablando al mismo tiempo y a voz en cuello, y habitualmente eran varios grupos en el mismo bar. Todo el mundo grita.
En el tren y el bondi es casi imposible leer algo por las conversaciones a viva voz, sumadas a las conversaciones por móvil (yo creo que intentan hacerse oir por su interlocutor obviando la vía electrónica, sino simplemente a los gritos).
Yo llegaba acostumbrado a que cuando uno conversa en un sitio público lo hace en voz baja, para que nadie escuche lo que dices, y aquí me encontré con todo lo contrario. Y para colmo, hay que acostumbrarse a hacer lo mismo, de lo contrario nadie te oye.
Al empezar a trabajar la cosa empeoró. ¿alguien intentó concentrarse y pensar en lo que está haciendo con diez personar hablando a los gritos en apenas dos metros a la redonda?, ¿y hablar por teléfono en esas mismas condiciones?
Puedo asegurarles que es muy, pero muy difícil.
Con el tiempo uno se acostumbra al ruido, pero lo de concentrarse ... sigue siendo realmente difícil.
Otra costumbre muy difundida es llegar a un despacho para decirle o preguntarle algo a una persona, y comenzar a hacerlo apenas se traspone la puerta. No importa si está hablando por teléfono, si está hablando con otra persona o si está con la máxima expresión de concentración mirando la pantalla del ordenador. La cuestión es decir lo que se necesita decir de inmediato, porque "las prisas" gobiernan todo.
Después de más de seis años uno aprende a "desconectar la oreja" y seguir con lo suyo, adivinando la expresión de sorpresa y luego desesperación del "interruptor profesional" al ver que lo hemos ignorado (y digo adivinando, porque una parte de la estrategia es ni siquiera mirarlo); luego de un rato lo miro y digo ¿me hablabas?.
El placer de la venganza es infinito.
Justamente, el pasado martes 17-02 leí una nota sobre el tema que me pareció excelente.
Salió en el periódico 20Minutos, Edición Madrid del 17-02-09 en la página 14, firmada por Paula Arenas, y se las transcribo (vale la pena):
ESTE RUIDO ME ESTÁ MATANDO
OFICINA: Los compañeros nos interrumpen, los teléfonos no dejan de sonar, la gente no para nunca de charlotear... ¿Cómo podemos aislarnos y así conseguir concentrarnos?
No hace falta trabajar en una fábrica o en una obra con excavadoras y grúas para que el ruido nos afecte. En la oficina, el ruido también está presente y de hecho puede llegar a resultar insoportable, además de causar estrés.
Cuando una persona intenta concentrarse una y otra vez, un día tras otro, y las conversaciones a su alrededor nunca cesan, los teléfonos, fijos y móviles (con sus diversas modalidades de timbres, canciones y pitidos), no dejan de sonar, los compañeros lo interrumpen... entonces esa persona empieza a desesperarse.
Es cierto que cada uno tiene una tolerancia diferente al ruido, pero en lo que no hay duda, los estudios así lo prueban, es que el ruido afecta a la concentración: con un nivel de ruido sólo conversacional perdemos un 20% de capacidad para concentrarnos.
Un estudio de la sociedad americana Asid destaca que un menor nivel de sonidos aumenta la concentración en un 50%.
¿Cómo aislarnos?
Es complicado pedir silencio al menos durante un rato o que no nos interrumpan si ven que estamos concentrados (no se trata de imponer silencio durante ocho horas seguidas).
Tampoco podemos exigir que apaguen los teléfonos o que no haya gritos o carcajadas (en todos los trabajos los hay), pero sí podemos buscar alguna forma de aislarnos.
La primera medida es intentar mejorar el lugar en el que nos sentamos, y si es posible, cambiarnos a una mesa donde el ruido sea menor.
Si no es factible, entonces podemos recurrir a los auriculares. La música clásica es la opción idónea, y los cascos, en lugar de ser pequeños, deberían cubrir el máximo de superficie. El problema es que no es recomendable abusar de su uso (no debemos estar muchas horas seguidas con ellos puestos), pero al menos durante un tiempo nos mantendrá aislados y lograremos concentrarnos.
Después, una vez realizada la tarea que exigía nuestra concentración, nos los quitaremos y, mientras revisamos lo realizado, las interrupciones y el ruido de fondo nos molestarán menos.
Es importante no excederse en el volumen, a veces tratando de paliar el ruido lo subimos más de la cuenta y acabamos con la música a tope.
Se trata de que no nos distraigan las conversaciones, y para ello con un volumen medio bastará, aunque oigamos cierto ruido de fondo, pero ya sólo es un runrún del que no distinguimos palabras y por tanto no nos perturbará tanto.
El hecho de estar con los cascos puestos también disuadirá a muchos compañeros cuando vengan a interrumpirnos por cualquier nadería. Es una buena señal de prohibido.
Las interrupciones
Puede que no nos moleste el ruido de fondo, pero a cualquiera le desconcentran las interrupciones sistemáticas.
Es difícil pedir que no nos molesten permanentemente, pero cuando el asunto pone en juego nuestros nervios impidiéndonos rendir, hay que actuar. La manera de pedirlo ha de pasar por la educación, las buenas maneras y la explicación del problema.
Es mejor atajar estas situaciones pronto. Si esperamos mucho, nuestra desesperación nos llevará a pedirlo mal y causar el enfado que en todo caso hemos de evitar: una oficina sin ruido, pero con mal ambiente no es la solución.periódico 20Minutos, Edición Madrid del 17-02-09 pág.14, Paula Arenas