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lunes, 30 de noviembre de 2009

gatos, esos extraños seres

Quien haya tenido alguna vez un gato, sabrá que realmente nunca lo tuvo, simplemente el gato aceptó permitirle que comparta su espacio vital con él.

Hace poco leí "Puerta al verano" de Robert A. Heinlein y, además de resultar llamativo cómo se acercó a la realidad con su descripción de un mundo que en 1956 (cuando se publicó) era totalmente ciencia ficción, también me dejó unos primeros párrafos que me hicieron recordar a Cynthia, la gata que alguna vez tuve (o aceptó que viviéramos con ella ...)

Esos párrafos, con los que inicia su libro, son estos:

Un invierno, poco antes de la Guerra de Seis Semanas, mi gato - Petronio el Arbitro- y yo vivimos en una vieja granja de Connecticut. Dudo de que la granja siga allí, ya que se hallaba situada cerca del área de tiro cercana a Manhattan, y esas construcciones de viejo armazón arden como papel de seda. Pero aunque siguiera en pie no sería utilizable como vivienda, debido a los derribos. Pero a Pet y a mí nos gustaba. La falta de agua corriente hacía que el alquiler fuese bajo, y lo que antes había sido el comedor tenía una buena luz del norte para mi mesa de diseño.

El inconveniente residía en que el lugar tenía once puertas que daban al exterior. Doce, si contamos la de Pet. Yo siempre procuraba una puerta para Pet - en este caso un tablero ajustado a la ventana de un dormitorio que no se utilizaba, y en el cual había cortado una gatera justo para que pasaran los bigotes de Pet -. He pasado gran parte de mi vida abriendo puertas para gatos... Una vez calculé que, desde el comienzo de la civilización, se han empleado de esta manera novecientos setenta y ocho siglos. Puedo enseñaros los cálculos.

Pet solía utilizar su propia puerta salvo cuando conseguía que yo le abriese una de las que utilizaban las personas, lo cual era de su preferencia. Sin embargo, nunca utilizaba su puerta cuando había nieve en el suelo.

Cuando Pet era muy pequeño, todo pelusa y ronroneos, ya había adquirido una sencilla filosofía: yo me ocupaba de la vivienda, del racionamiento y del tiempo, y él se ocupaba de todo lo demás; pero me hacía especialmente responsable del tiempo.

Los inviernos de Connecticut sólo son adecuados para las tarjetas de Navidad; aquel invierno, Pet observaba regularmente su propia puerta, negándose a salir debido a aquella desagradable sustancia blanca que había en el exterior (no era ningún tonto), y luego me hostigaba para que abriese una de las puertas para personas. Estaba convencido de que al menos una debía conducir a un tiempo de verano. Eso significaba que en cada ocasión tenía que ir con él a cada una de las once puertas, mantenerla abierta hasta que sé convenciera de que también allí era invierno, y luego pasar a la puerta siguiente mientras sus críticas a mi mala administración crecían en acritud con cada decepción.

Luego permanecía en el interior hasta que la presión hidráulica materialmente le obligaba a salir. Cuando regresaba, el hielo de sus patas resonaba como zuecos sobre el suelo de madera, y me miraba y se negaba a ronronear hasta que se lo había arrancado todo..., después de lo cual me perdonaba hasta la próxima ocasión.

Pero nunca abandonó su búsqueda de la Puerta al Verano.
Puerta al verano - Título original: The door into summer
© 1957 by Robert A. Heinlein


Como Pet, yo tampoco dejaré de buscar mi propia puerta al verano.
Jamás.